COLABORACIÓN
Por Lester McKenzie Hamilton
Momento de sonar el silbato final habría un vencedor y por ende un derrotado.
Merece ser destacado que aquella amistad que se forjó para muchos, teniendo como abono entre otras cosas, las inolvidables horas de sudor producto de lo intenso del juego, hoy ha crecido como un árbol enorme el cual nos brinda su sombra.
Fuimos muchos lo que nos conocimos, los que compartimos por primera vez en una cancha y que hoy conservamos unos sólidos lazos de amistad sin importar la barriada en que viviésemos.
En esa cancha, nuestra segunda casa, nunca hubo una trifulca, un pleito, a pesar de la gran rivalidad existente entre las barriadas (La Matica, Parque Hostos, La Villa y San Antonio), la cual finalizaba al terminar el partido.
En nombre de todos los que tuvimos el privilegio de crecer, en especial en las décadas ’60-’70, visitando la cancha del Colegio Agustiniano y del mío propio queremos agradecer, decir GRACIAS a los cuatro vientos a los Padres Agustinos, con el Revdo Ricardo Reguera como capitán del barco que nos acogieron en su casa tarde por tarde a partir de las 3:00 pm sin preguntar y sin importar si éramos alumnos del Colegio o no (la mayoría no lo éramos) y por apoyarnos en la celebración de tantos torneos interbarriales en sus diferentes categorías aportando hasta la hoja de anotación.
Las GRACIAS al Padre Ricardo por ser ese catalizador que supo motivar al pueblo de La Vega a asistir a los partidos aquellos inolvidables sábados por la tarde en que salía en su guaguita después del mediodía a invitar a los partidos a partir de las cuatro, los cuales se celebraban a casa llena.
El baloncesto de La Vega tiene una gran deuda con los Padres Agustinos quienes en 1963 inauguraron la cancha de baloncesto del Colegio, la primera de cemento en el pueblo, y que sirvió de punto de partida para que esa disciplina deportiva haya alcanzado el sitial que hoy tiene en nuestra Vega, esa Vega de nuestros recuerdos.

¡Hasta una próxima entrega sabatina!