«Esta obra está rebosante de nostálgicas remembranzas, recogidas en cuatro décadas, contribuirá, indudablemente, con el rescate de la memoria colectiva comunitaria.
Enriquece la bibliografía de La Romana y la región Este y debe aprovecharse su contenido, en conversaciones particulares, en cátedras, los medios de comunicación y los relatos escritos», sugiere el prologuista.
Redacción Quevedo Informativo.- Óscar López Reyes, reconocido periodista, escritor y catedrático, funge como prologuista del próximo primer libro de Marcos Sánchez, Relatos Biográficos: 1983-2023.
La obra literaria que marca el debut como escritor de Marcos Sánchez, consta de 264 páginas en las cuales se plasman en 46 historias, etapas de vivencias en su niñez, adolescencia, juventud y actual adultez en el lapso comprendido entre 1983-2023.
Las mencionadas historias están basadas en hechos reales y Sánchez las adaptó con una narrativa con estructura tipo cuento o relato.
Óscar López Reyes fue el privilegiado en leer primero Relatos Biográficos: 1983-2023 de Marcos Sánchez, en su especial condición de prologuista.
A continuación, les compartimos su apreciación de la obra en el prólogo de la misma:
«Relatos Biográficos: 1983-2023 describe y cuenta, con ritualidad en las delicias de imborrables reminiscencias, las imágenes y los objetos urbanos más pintorescos y curiosos de La Romana, en una temporalidad que evoca “la curva de los recuerdos”, en los cuales se entreteje una tríada inseparable: experiencias personales, rememoración comunitaria y huellas históricas.
Marcos Sánchez, un promotor socio-cultural con notable incidencia mediática, recuenta episodios de la niñez, la infancia y la adultez, que a otros románticos y observadores sumergen en aquellos tiempos de travesuras en el reír, en el volar chichiguas, bañarse en ríos y playas, remozarse con los vientos de las laderas de las montañas, jugar en calles y parquecitos, chupar caramelos, degustar dulces de coco-leche y barquillas; disfrutar los cumpleaños y aguinaldos, dibujar y pintar con lápiz, regocijarse con la entrega de regalos a las profesoras, comer en el restaurant y referir emocionadamente películas de superhéroes.
La obra se apropia de un repertorio que engloba tópicos recreativos, como El Piki palte atrá, el Restaurante Chino, Las Maquinitas, Los caballitos, El Cervecentro, la Fiesta Electrónica, la Piscina del Tío Tom, Miss América, Tómbola, Prueba de Confianza, Calentador Constancero, Escondite Refrigerado, Por la Vía del Sueño, Tiacafen 151 y Material Desechable. Son como películas, que no se olvidan con la evolución del cerebro.
Otro contenido es el relativo a la tradición. Va al fondo de esta temática, con pinceladas de humor, con los títulos Estadística de Fin de Año, Fiestas Patronales, La Caja de Galleticas, Empleado de Imprenta, Baño de Pueblo, la Arepa de Doña Santa, el Heladero, la Primera Comunión y Léase antes de Usarse. Son como bizcochos, que se enganchan a lo largo del tiempo, como trozos literarios y artísticos, en la oralidad y en la escritura, como el presente libro.
Los pasajes amorosos no se quedan en ningún lado, y Relatos Biográficos: 1983-2023 no podía ser la excepción. Se torna la faceta más perdurable en el pétalo del imaginario colectivo. Deleita leer a Cupido Valentine, El Chaperón y ¡Sóbenla!, igual que la curiosidad, que cautiva con raigambre las costumbres del pasado.
Aquí encontrará a Los 300 Escalones, Pirito y la Hora Dominicana.
Las supersticiones se transmiten, con ritos curiosos, con impacto emocional. En esta dimensión digna de estudios socio-psicológicos se insertan los temas Helio en la Sangre, Juego Paranormal, Viernes 13 y La Tasca del Némesis de Lucifer.
Estos relatos existenciales, que se vierten como lecciones de vida, transitan en un lenguaje coloquial, con amplios detalles descriptivos, con soltura escritural y buenos diálogos. Tonifican el acervo cultural pueblerino, dicho este sustantivo con el cariño del buen vecino.
Comunicador apasionado, Marcos Sánchez se desvive con musicalizada nostalgia, en un discurrir que matiza la folklórica dominicanidad: mi motoneta significaba todo un acontecimiento debido a dos factores determinantes: era la única de su tipo en toda la ciudad y andar en motocicletas automáticas era algo poco usual. Tuve el privilegio de poseer una Honda Flush, que como decía Vladimir María (hermano de Chichí), era un ‘Ferrari de dos ruedas’, se aprecia en un fragmento de su ágil narrativa.
En cada pueblo de la República Dominicana, los chinos se estampan por las delicias culinarias, su aislamiento y su soberbia en el ahorro más petulante.
En La Romana, otro restaurant chino aportó a su tradición socio-cultural: “Tradicionalmente el domingo, con todo y ser el primer día de la semana”, anota Marcos Sánchez, “se toma para un descanso total y es también señalado para dedicárselo a la familia. De ahí que pocas personas comen en sus casas, ya que la huelga de calderos es un hecho ese día para muchos de nosotros”.
“Por fortuna o no”, continúa “hace unos años los chinos invadieron la ciudad, montando ‘centros de uñas’ e interminables restaurantes de comida rápida en donde los grandes protagonistas son la desmesurada cantidad de arroz que le dan a uno, y por supuesto, el famoso pica-pollo. Con la firme intención de extender mi capital ese día, me dirijo hacia uno de esos restaurantes chinos del centro de la ciudad. Al llegar, un mar de gente se aglomeraba allí confundiéndose entre el pago al cajero y las peticiones a las dependientes».
-“Señor, dígame qué le sirvo”, me pregunta una dependiente.
-“Gracias y buenas tardes. Quiero un servicio mediano de chow fan. Me añades, por favor, salsa agridulce y un refresco merengue”, le solicito.
-“¿Se lo va a llevar o se lo comerá aquí, señor?”.
-“Es para comer aquí”, le digo.
-“Se puede ir sentando que yo se lo llevo a su mesa”.
En eso miro alrededor y veo que eso de ‘se puede ir sentando’ tardaría un buen rato, ya que las mesas estaban ocupadas en su totalidad».
Los diálogos enriquecen, placenteramente, a Relatos Biográficos: 1983-2023, que encantan como las golosinas infantiles.
¿Y quién, por aquellos años, no tiene episodios que contar, emocionadamente, sobre el teatro?
En el capítulo Prueba de Confianza, Marcos refiere que «cuando tenía alrededor de 12 años, recuerdo lúcidamente los matinée: los domingos eran como recibir regalos en tiempo de ‘Reyes’, ya que se disfrutaba a plenitud de la película infantil, pero sobre todo de esos hot dogs y refresco rojo Country Club, que vendían en el desaparecido cine Colón, en mi natal La Romana».
Ya con 13 años le pido a mi mamá que convenza a mi padre de que me dé permiso para ir solo al cine. Cuando se es menor no se entiende por qué hay tantas trabas para lo que uno piensa es un simple permiso. Mami, tras un asalto a mil caídas, convence a mi papá de que me deje ir y con voz recta y sin titubeos me dice:
-“¿A qué hora es que inicia el cine y por qué ese afán de ir hoy jueves y no el próximo domingo?”.
-“Hay dos tandas: una a las 5:30 p.m. y otra a las 7:30 p.m. Papi lo que pasa es que los jueves son los estrenos, y yo quiero ver la película el día que llega”.
-“¡Bueno. Le dije a tu mamá que era responsable, pero usted si va a ir es a las 5:30 p.m. y tiene que ‘tá aquí a más tardar a las 8 en punto!”, sentenció.
Me fui a bañar con una sonrisa de oreja a oreja mucho más amplia que un ganador de la Súper Lotto. La cinta en cuestión era “Indiana Jones y el Templo de la Perdición” con Harrison Ford y como me fascinaba la aventura, la gozadera era por partida doble, ya que era la primera vez en que iba al cine sin supervisión. El Colón quedaba bien cerca de mi casa y me fui caminando. Llegué, compré mi hot dog, refresco y snickers y me senté a ver mi película.
Otro capítulo de la obra: El Cuco en el Closet. En campos, pueblos y barrios populares son famosos los pájaros, bestias, insectos y monstruos peludos -simbolizados en hombres feos y encapuchados-, figuras ficticias ancestrales que han sido utilizadas por los mayores para meter miedo a los niños cuando cometen travesuras o no quieren ir a la escuela, comer o bañarse.
«A la edad de 12 años me encontraba cursando el sexto curso de primaria en el colegio Santa Rosa de Lima, en mi ciudad natal, La Romana. El colegio, regenteado por autoridades católicas, se caracterizaba por ser un estandarte de la buena educación en ese entonces.
Se tenía la creencia de que todo el que estudiara allí era «riquito» debido al nivel que vendía, sin proponérselo el centro de estudio privado. En uno de esos cambios conocí a Alex, un joven que venía con un aval sumamente prejuiciado ya que su tía le exigía ser el mejor en todo ya que según ella, él tenía ese compromiso por venir de una familia de alta alcurnia.
Su casa quedaba bastante cerca de la mía y llegué a las tres en punto. Noto que el portón delantero tenía el candado quitado y al vociferar, me respondió por una de las ventanas frontales de una de las habitaciones y me pidió que entrara por el callejón. Al recibirme por la puerta trasera de la cocina veo que un niño le está haciendo pasar un rato bien incómodo:
-«¡Carlitos! ¡apéate! ¡muchachito malcriado!», le dice.
En eso, el niño me ve y sin tapujos me pregunta:
-«¿Y usted quién es señor?».
Alex lo interrumpe, al momento que se lo quita de encima, y le dice:
-«¡Él es el cuco!, y si no te portas bien te va a llevar!»
El niño me mira con cara de tragedia y sale corriendo hacia una de las habitaciones a alta velocidad.
Retozar se encarta como el punto infanto-juvenil más estupendo, como ocurrió con “Escondite Refrigerado”: Mirando toda la parafernalia de ‘nuevas formas de jugar’ en la actualidad, me llevan cada vez más a valorar la forma en que uno fue criado y aunque no nací ni soy de la llamada Era Digital, admito que me he beneficiado de muchas cosas en ella. No obstante, hay momentos en que me siento bastante análogo.
Un día de esos en donde tantas veces se iba la energía eléctrica, me había bañado temprano, finalizada mi tarea y obtenido el permiso para ir a jugar en compañía de mi entrañable amigo de infancia, Chichí.
“El Barrio Lela”, se caracterizaba por un heterogéneo grupo de muchachos quienes gozábamos a plenitud nuestro tiempo libre, además de tener tiempo para participar en todo tipo de juegos del momento. Merecida mención para “El Pico de la Botella”, “El Topao’”, “Pan Caliente”, “La Patá de Jarro, “El Pañuelo”, “Flor y Convento”, “Mariscal”, “El Burro” y por supuesto el famoso, “Escondido”.
Tras varias sesiones de “El Pañuelo”, seguidas de “El Pico de la Botella” y “El Topao”, se va la dichosa luz. Eso provocó que cada uno se fuera retirando para sus respectivas casas, pero como no era tan tarde, decidí ir a jugar “Al Escondido” en casa de Chichí. El grupo lo componíamos él, dos de sus hermanos (Vladimir y George) y un servidor. José, el mayor había optado por leer algo. Tras varios repetidos intentos, habíamos utilizado casi la casa completa escondiéndonos hasta que a Chichí se le ocurrió ocultarnos dentro de un congelador.
Traído desde La Peña, lugar de origen del padre de Chichí, el congelador marca Continental, haría las veces de albergue para alimentos que requerían refrigeración. No obstante, su uso en ese momento era para guardar la que yo recuerde, más grande cantidad de los famosos ‘esquimalitos’.
En un aparte que Vladimir se encontraba haciendo turno en el clásico conteo, Chichí abre la puerta del congelador y me pide que nos metamos en él:
-“Jejeje aquí no nos va a encontrar nadie Chichí”
-“¡Shhh! ¡No hable! ¡Acuérdate que nos pueden oír!”
Desde adentro, todo lo que se escuchaba era distante y confuso. Un lapso bien prudente transcurrió y ambos optamos por entrarle a dos manos a los esquimalitos. Sabores como uva, frambuesa y naranja fueron despiadadamente consumidos por nosotros sumidos en una total obscuridad.
De un momento a otro, llega la dichosa luz y por consiguiente, se enciende el congelador y para colmo de males, Doña Luisa, la nana de la casa se las arregló para colocar el televisor encima del congelador ya que se acostumbraba a tenerlo allí para mejor perspectiva visual.
Comienzo a preocuparme ya que allí dentro la temperatura enfriaba rápidamente y Chichí me pedía que “le diera tiempo” hasta que él detectara en qué preciso momento podíamos salir y así evitar un potencial castigo.
En lo que se decidía el asunto, continuamos consumiendo esquimalitos:
-“¿Chichí y qué tú le va a decir a tu papá sobre lo esquimalitos?”, le pregunto frotándome las manos, antebrazo y brazos en búsqueda de calor.
-“Espérate que creo que papi anda cerca”, susurra.
-“¿Pero cómo te vas a dar cuenta si no se oye casi nada?”, le pregunto en tono insistente.
-“¡Espérate! Déjame pégame bien para oír”.
De forma abrupta, se retira de uno de los extremos del congelador ya que el frío casi le quema una de las orejas y con el brusco movimiento, choca al otro lado y me echo a reír desenfrenadamente.
Al mismo tiempo se escuchaba a los padres de Chichí preguntarle a Vladimir y George por su paradero. Se acabaron los esquimalitos y el congelador emulaba un perfecto ambiente para un esquimal y es allí donde comenzamos a golpear los bordes para alertar que estamos dentro.
Cuando retiraron la TV y abrieron la puerta, salimos bien rápido ya que el frío nos mataba. No hubo momentos para explicaciones ya que mi mamá tenía un buen rato buscándome y al enterarse en las circunstancias en que ‘estaba perdido’, aceleró el proceso ¡de una buena pela!».
Como corolario, Relatos Biográficos: 1983-2023 compendia tradiciones e imágenes abstractas urbanas del patrimonio arquitectónico de La Romana, que se cincelan en la memoria con la llama de la inocencia, la alegría, el amor, la magia, el sueño, los desafíos y la esperanza. Esa recapitulación de la niñez, la infancia y la adolescencia, etapas de cambios sustanciales en las estructuras anatómicas y psicológicas, se graban nítidamente para el resto existencial, con estampa escritural.
Esas huellas moldean la identidad personal, en el período en que el sujeto adquiere habilidades y establece relaciones sinceras, así como valores básicos, que sucesivamente se vuelcan como recursos para la referencia socio-cultural comunitaria. Se intercalan como saberes y un trozo de la historia social regional y nacional.
Esta obra rebosante de nostálgicas remembranzas, recogidas en cuatro décadas, contribuirá, indudablemente, con el rescate de la memoria colectiva comunitaria.
Enriquece la bibliografía de La Romana y la región Este.
Aproveche usted su contenido, en conversaciones particulares, en cátedras, los medios de comunicación y los relatos escritos.
Óscar López Reyes,
Periodista, escritor y catedrático,
15 de octubre de 2024.
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