COLABORACIÓN
Por Tomás Gómez Bueno
Si la participación de los evangélicos en la búsqueda del poder no parte de una reflexión teológica apropiada que cuestione los modelos y las formas predominantes de hacer política, se corre el riesgo de simplemente replicar estos modelos y formas, con la única diferencia que lo estarían haciendo “los evangélicos”. Practicas tan arraigadas en nuestra sociedad como el clientelismo, el populismo y la corrupción, entre otras, no pueden ser combatidas efectivamente si no partimos de una crítica sobre la realidad social y sobre nosotros mismos como evangélicos.
Los evangélicos latinoamericanos no tenemos modelos políticos exitosos que podamos exhibir, y sin reflexión bíblico teológica no lo vamos a construir. Aunque en America Latina han surgido movimientos políticos evangélicos con desbordante entusiasmo y toques de trompetas triunfalistas, la verdad es que no hemos dejado desde el ejercicio del poder modelos evangélicos exitosos. En cambio, si tenemos en el continente estrepitosos y vergonzosos fracasos en todos los niveles del ejercicio de la función pública.
Con esto no quiero decir que la mejor salida sea que los evangélicos no participen en política. Esto no sería concebible. Sí, tenemos que participar. Celebro y apoyo que lo estemos haciendo. Lo que estoy diciendo es que debemos partir de una crítica al deterioro social y moral que sufre nuestra sociedad. Esta crítica debe llevarnos a una compresión apropiada de nuestra realidad social, y luego a un compromiso, todo con un perfil teológico y escritural en perspectiva de lo que significa el Reino de Dios, que es el estado definitivo que el Señor ha proyectado para todas las personas.
Tenemos que entender que Dios quiere una sociedad donde exista un orden moral que favorezca la vida digna y plena que todo ser humano debe tener. Dios quiere orden moral en la conformación de la familia. Esto nadie lo discute. Impulsar este orden es nuestra lucha y bandera como cristianos comprometidos con promover el Reino de Dios. Pero este no es nuestro único compromiso con la vida y el orden de Dios. Cuidado, hay mucho más.
Dios no quiere un mundo desigual, injusto, que privilegie a unos en menoscabo de otros. Esto también es parte del orden moral de Dios, y una parte donde el ejercicio del poder, desde cualquier ámbito que se ejerza, exige compromiso.
Nuestro sistema social y político está distorsionado y es estructuralmente pecaminoso e ideológicamente perverso. Algunas de las manifestaciones dañinas de este sistema que adversa a Dios en su esencia son en extremo sensibles y chocan con creencias muy arraigadas cultural y religiosamente entre nosotros (la agenda gay).
Ante esto los evangélicos podemos reaccionar con un juicio profético y pastoral contra toda la maldad del sistema. Sin embargo, nos limitamos de manera puntual a pecados específicos, y bajo la premisa de esta reacción ideológico-religiosa pretendemos justificar nuestra participación con la elaboración de un discurso político para simplemente decir “estoy en contra de”, y quiero llegar a una determinada posición para impedir esto o aquello.
Sin duda esta es una posición en extremo conservadora y reduccionista. No es extraño que detrás del activismo evangélico se muevan las fuerzas sociales más conservadoras de nuestro espectro político. Este es un fenómeno digno de un análisis más amplio, pues se está dando no solo aquí, sino en otros países de América Latina.
Los evangélicos debemos participar en política partiendo de que vida a la que debe aspirar cada ciudadano es negada por estructuras profundamente injustas que deben ser modificadas. Esto es algo que debe saber y ser compromiso de primer orden de todo ciudadano evangélico que aspire a un cargo público. Pero esto requiere reflexión seria y paciente, ajena a triunfalismos y bataholas politiqueras, aunque se repiquen con loas evangélicas.
Esto requiere de planes y propuestas políticas y sociales que deben ser pensados a la luz de las Escrituras y del análisis teológico. Me refiero a la búsqueda de la justicia social y una vida digna para todos. Es incongruente que pretendamos estar religiosamente correctos, si hay una mayoría de ciudadanos que están social y económicamente oprimidos. Si hacemos una lectura atenta de los profetas nos daremos cuenta que el Señor siempre estuvo en contra de que la práctica religiosa fuera excusa para pasar por alto o ignorar el grave problema de la justicia social.
Los políticos cristianos tienen en las Escrituras abundante material político para articular un discurso y una práctica coherente con todo el consejo de Dios para su pueblo. Particularmente, yo noto que este discurso y esta práctica están ausente en esta campaña tan “evangélica”. Es más, tengo mis dudas si nuestros políticos hermanos en la fe conocen que estos temas son una responsabilidad cristiana de primera importancia cuando se está hablando de los valores que definen y perfilan el Reino de Dios.
Quizás es mucho pedir y mucho soñar, pero el llamado enérgico y urgente a la reflexión sobre lo que Dios requiere de su pueblo, principalmente a quienes detentaban el poder, fue una práctica usual de los profetas del Antiguo Testamento, y yo creo que vale todavía ahora.