Por Marcos Sánchez
El discurrir actual luce tan metódicamente dirigido que parece ser un éxito instantáneo por parte de aquellos que apuestan a enterrar todo sinónimo de valores.
El comportamiento decadente es la meta por encima de cualquier canon enseñado, tal cual ese esfuerzo moral y social impregnado por nuestros ancestros, no valió de nada en lo absoluto.
Los cambios sociales deben y tienen que ocurrir tal cual la evolución de la sociedad aspire a algo mayor y arribar a esa cúspide de balance. No expreso perfección, porque nadie debajo de este sol jamás podrá atribuirse ese privilegio.
No obstante, muy a pesar de que inexorable e inexplicablemente, nacemos condenamos a morir, internamente en algunos de nosotros prima un aura y deseo con propósito de no ser simplemente entes traídos a esta vida y ya.
Recientemente fuí invitado como charlista para exponer ante un selecto grupo de estudiantes sobre mi carrera mediática.
La idea básica era inspirar a aquellos que aún invierten tiempo en educarse (siendo jóvenes) con firmeza productiva. Una estirpe que siempre ha existido, pero presa de artimañas actuales pretenden inhabilitar sus competencias intelectuales en favor de un accionar manipulado con fines esclavistas tanto de su esencia como de sus aspiraciones.
El contexto de la charla era hablar de nuestra vivencia comunicacional e incluir competencias extras en aspectos como educador bilingüe, actor cinematográfico y escritor.
En ese último tenor, revelamos la intención de publicar una obra literaria de corte biográfico y una ávida estudiante rápidamente, pidió un de orden para satisfacer una inquietud que para ella, contraoknia lo acostumbrado y pregunto: «¿Qué le motivó publicar una obra biográfica estando usted aún vivo?».
Su interrogante fue (y es) el contexto de inspirar esta publicación, ya que la inquietud de la estudiante obedecía a un patrón que funcionó perfectamente en el pasado y ahora luce bastante raro.
*¿Porqué hay que esperar que alguien fallezca para reconocerle?», le inferí, sabiendo que una pregunta jamás debería ser respondida con otra interrogante, pero rápidamente no permití oportunidad de duda alguna y respondí: «Porque tengo una historia que contar y si no la revelo, nadie conocerá la misma ya que no tenenos biógrafos que se encarguen de documentar los episodios de nuestros representantes».
Hubo un silencio reflexivo y rompí el mismo para evitar fastidiar la dinámica de mi intervención como charlista. Aún así, primó un deseo de ir más allá y al notar en la audiencia ese sentir, opté por ratificar la importancia de preservar la memoria histórica de nuestro origen.
Me referí a La Romana por ser la provincia donde nacimos, pero el concepto era masificado, incluso, fuera de nuestra frontera.
Se trató de una revisión ratificada de identidad y a su vez, una petición generacional de supervivencia de la misma.
¡Reconoce tus héroes en vida y no de manera póstuma!
Los grandes hombres y mujeres que desde múltiple oficios y áreas del saber, deben y tienen que ser valorados en su justa dimensión tras éstos, haber logrado destacar con sus aportes un avance a su comunidad. Eso no soporta ningún tipo de análisis o espera perpetua.
En mi caso, mi interés jamás anhela ninguna otra cosa que no sea dar a conocer cuatro décadas de un munícipe que ha amado su estirpe y dado lo mejor de sí por su comunidad.
Aquellos comprometidos a no dejar borrar su historia lo comprenderán y valorarán. El resto inerte, simplemente existirá y dejará de ser.
Nosotros en cambio, tuvimos una historia que contar, la cual plasmada en un libro, quedará para la posteridad como testimonio indeleble de un ciudadano que se comprometió consigo mismo en no ser una estrella fugaz.