COLABORACIÓN
Por Fernando Betancourt
La historia de la humanidad está plagada de episodios que reflejan la capacidad del ser humano para infligir daño a su propia especie. Desde las guerras hasta la explotación de los recursos naturales, estas acciones no solo destruyen vidas, sino que también erosionan los valores y la esperanza de un futuro mejor.
Las guerras entre países, lejos de ser una solución a los conflictos, se han convertido en un negocio lucrativo para un grupo selecto: los fabricantes de armas. Mientras estos obtienen ganancias exorbitantes, las familias pierden a sus seres queridos, enfrentándose al vacío de la muerte o al trauma de la locura. Padres, hijos y hermanos quedan marcados por el sinsabor de una pérdida irreparable, mientras los veteranos, quienes arriesgaron todo en nombre de una supuesta «patria», son relegados al olvido y menospreciados por aquellos mismos que los enviaron al campo de batalla.
La gran pregunta que surge es: ¿qué es realmente la patria? ¿Es el espacio donde todos somos uno, o es el territorio que un grupo de oportunistas ha delimitado para beneficiarse del esfuerzo y sacrificio de los demás? Esta reflexión nos lleva a cuestionar las verdaderas motivaciones detrás de los conflictos bélicos y a reconocer que, en este juego de poder, la humanidad siempre pierde.
La depredación no se limita a los campos de batalla. En la caza indiscriminada de leones, elefantes y rinocerontes por su marfil o piel, se refleja una indiferencia alarmante hacia la vida y el futuro. Estos cazadores no solo matan animales, sino que también destruyen la conciencia colectiva, la voluntad de cambio y el deseo de construir un mundo mejor para las generaciones presentes y futuras.
Para este tipo de depredador, el dinero es el único objetivo. Las generaciones venideras, las familias afectadas y el equilibrio del planeta no tienen cabida en su visión limitada y egoísta. Esta actitud no solo amenaza la biodiversidad, sino que también perpetúa un ciclo de explotación y desesperanza.
La depredación del ser humano contra el ser humano es un recordatorio de nuestras contradicciones como especie. Sin embargo, también es una oportunidad para reflexionar y actuar. Es necesario cuestionar los sistemas que perpetúan estas dinámicas y trabajar hacia un modelo de convivencia basado en la empatía, la justicia y la sostenibilidad.
El cambio comienza con pequeñas acciones: educar a las nuevas generaciones, exigir responsabilidad a los líderes y fomentar una cultura de respeto hacia la vida en todas sus formas. Solo así podremos romper este ciclo de dolor y ambición, y construir un futuro donde la humanidad pueda coexistir en armonía consigo misma y con el planeta.